Estoy a un mes de terminar un año al que todo el mundo llama el mejor de su vida.
Y acá estoy yo, con nada claro, con todo incierto, con más dudas que certezas, sin saber cómo será la vida hacia adelante.
Terminando algo que en su momento fue un sueño. Y mirando hacia atrás, con todas las exigencias que me puse, y con cómo se fue dando la vida, reconozco que fue un año difícil.
Un año lleno de cambios, de aprendizajes duros, de momentos no tan lindos… y, sobre todo, de aprender a acompañarme a mí misma cuando nadie más podía hacerlo.
Es la primera vez que no logro pensar a largo plazo. No sé qué será de mí el próximo año, ni dónde estaré, ni en qué terminaré. Me siento tan perdida, y al mismo tiempo tan clara y honesta conmigo, que sé que, hacia adelante, tomaré decisiones en base a lo que crea mejor para mí.
Estoy terminando un año en el que conocí mi lado más oscuro, en el que tuve que tomar la decisión más difícil.
Y, a pesar del dolor, la distancia y el amor, me elegí a mí.
Espero que el tiempo me dé la razón.
Que mire hacia atrás al 2025 con ojos de compasión, amor y agradecimiento.
Que pueda verlo como un año transformador, el que me hizo tocar fondo y enfrentar los desafíos más duros… y aún así, llevarlos, sobrevivirlos.
Y la verdad, eso es valentía.
De una forma u otra, es orgullo.
Orgullo por seguir, a pesar del miedo, de las dudas, sabiendo que tomaste las decisiones más difíciles en base a lo que creías mejor para ti.
Porque eso es ser imparable.
Porque sabes que no te vas a conformar.
Y que, cuando llegue el momento correcto, mirarás hacia atrás y te dirás:
gracias a ti misma.